Probando, probando. Se escucha?
La madre solía decir que la capacidad -¿talento innato?, ¿esfuerzo autodidacta?- que veía en su hijo para reproducir, repetir, copiar o remedar los sonidos que oía por ahí provenía de su bisabuelo: don Enrique Soro, un señor nacido en Concepción y que ganó el Premio Nacional de Arte, mención Música; un hijo de italianos (bah, sardos, mejor dicho) muy pillo, muy pícaro (cómo definirle, cómo describirle) que estudió en Milán, al norte de la bota, y que fue profesor y director del Conservatorio Nacional.
Esa mamá decía que su primogénito, como herencia de su tata penquista, tenía un buen oído -aunque no dedos para el piano como él- el cual le permitía con alta fidelidad de artista o de actor representar los ritmos idiomáticos, interpretar las melodías lingüísticas.
Pero a decir verdad, no se sabe cuánto de pintoresco o de folclórico tiene ese gen musical y cuánto de biológicamente comprobable, pero el hecho es que la anécdota familiar se sigue cantando, perdonen, contando.
La madre solía decir que la capacidad -¿talento innato?, ¿esfuerzo autodidacta?- que veía en su hijo para reproducir, repetir, copiar o remedar los sonidos que oía por ahí provenía de su bisabuelo: don Enrique Soro, un señor nacido en Concepción y que ganó el Premio Nacional de Arte, mención Música; un hijo de italianos (bah, sardos, mejor dicho) muy pillo, muy pícaro (cómo definirle, cómo describirle) que estudió en Milán, al norte de la bota, y que fue profesor y director del Conservatorio Nacional.
Esa mamá decía que su primogénito, como herencia de su tata penquista, tenía un buen oído -aunque no dedos para el piano como él- el cual le permitía con alta fidelidad de artista o de actor representar los ritmos idiomáticos, interpretar las melodías lingüísticas.
Pero a decir verdad, no se sabe cuánto de pintoresco o de folclórico tiene ese gen musical y cuánto de biológicamente comprobable, pero el hecho es que la anécdota familiar se sigue cantando, perdonen, contando.
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